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VIH: Un virus masculino


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En la historia de la infección por VIH en México es imprescindible hablar del cruce entre las normas de las masculinidades y la ruta que ha tomado la historia de esta infección, pese a que hoy uno de cada cuatro personas que viven con VIH conocen su estado serológico entre 2013 y 2018 el 12.3% de los casos registrados son hombres que tienen sexo con hombres (HSH), término que agrupa a varones gay, bisexuales, heterosexuales que por gusto o circunstancia tienen sexo con otros hombres y quienes ejercen el trabajo sexual. Más allá de la orientación sexual, su identidad de género o sus prácticas sexuales, todos en mayor o menor medida están impregnados por normas de las masculinidades. La masculinidad no es una esencia universal y constante, sino más bien un ensamblaje fluido y cambiante de significados y comportamientos que varían ostensiblemente. Para Kimmel (2001) las distintas ciencias sociales han elaborado diferentes significados de masculinidad a través del tiempo (historia), de las culturas (antropología), del curso de la vida (psicología del desarrollo), y de los distintos grupos sociales dentro de una determinada cultura (sociología). El autor prefiere hablar de masculinidades, reconociendo las diferentes definiciones que en torno a ese concepto hemos construido. Pluralizando el término, asume el autor que la masculinidad significa diferentes cosas para diferentes grupos de hombres en diferentes contextos. Badinter (1992) plantea tres criterios básicos acerca de la masculinidad: a) Se rechaza la idea de una masculinidad única, hegemónica, lo cual implica que no existe un modelo masculino universal, válido para cualquier lugar y época. b) La masculinidad no constituye una esencia, sino una ideología que tiende a justificar la dominación masculina. c) La masculinidad se aprende, se construye y, por lo tanto, y también se puede cambiar. La identidad masculina no es sólo una manera de vivir la sexualidad y de cumplir con los roles sociales y sexuales que se presuponen, sino que se instituye como un símbolo de las jerarquías sociales asociada con el poder y la autoridad. Entretejiendo esta propuesta con las formas de transmisión del virus puede arrojar luz sobre qué sucede en el imaginario masculino: si bien no existe un único modo de ser hombre, todos nos vemos matizados por presiones socioculturales como probarnos que no somos niños a través del despliegue sexual, la posibilidad de mantener prácticas sexuales sin un vínculo afectivo de por medio o poca atención hacia la salud personal. Por otro lado, la ideología de dominación masculina entre hombres sexualmente activos se ve reflejada en el uso inconsistente del condón, el papel predominante de quienes se definen como “activos” en una relación y en contraparte aquellos que asumen un rol sumiso o poco asertivo al momento de ser penetrados. “La identidad masculina se asocia al hecho de poseer, tomar, penetrar, dominar y afirmarse, usando la fuerza si es necesario. Desde esta óptica la homosexualidad, que implica dominación del hombre por el hombre, es considerada por algunos como un trastorno de la identidad de género” (Badinter 1992). Parte del reto en la prevención de VIH entre este sector, es generar masculinidades conscientes y responsables que representen la renuncia voluntaria y comprometida a los mandatos del machismo, es decir, hombres que en la práctica sexual logren conjugar el auto-cuidado, la asertividad en la negociación del tipo de prácticas independientemente de quién sea el compañero o compañera sexual, el placer y reconocimiento de la afectividad. --

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