El primero de diciembre
La condición humana está determinada por el nacimiento y la muerte. La primera es vida, que fluye, bulle como un maná en la eterna condición humana. La segunda fija la perennidad de la humanidad, no como especie, sino en lo individual, ese que es lo particular de una colectividad.
En los años ochenta del siglo pasado emerge una enfermedad que en principio no fue diagnosticada. Una enfermedad letal que mató a millones de seres en el mundo. La batalla que diversos colectivos dieron primero por su sobrevivencia y luego por obligar a los Estados a responsabilizarse de la pandemia, se tradujo que en 1988 se declarará: “Año de la Comunicación y Cooperación sobre el Sida”, así también como declarar el 1 de diciembre el “Día Mundial de la Lucha contra el Sida”. Tres décadas han pasado de aquel pronunciamiento de la Organización Mundial de la Salud, tres décadas donde millones de personas, varones, mujeres, niños han perdido la vida por complicaciones derivadas de la infección del virus. La lucha que agrupaciones sociales y de la comunidad homosexual en el mundo entero ha significado la creación de políticas públicas, la obligatoriedad de muchos gobiernos por garantizar los tratamientos para que el sida deje de ser la enfermedad letal de los años ochenta del siglo pasado, para ser considerada, médicamente, como una enfermedad crónico degenerativa. El primero de diciembre es un día de la memoria, por los millones de mujeres, varones y niños muertos; pero también signa el recuerdo de los miles de activistas en el mundo que han dado una batalla para modificar las condiciones de millones de enfermos por el VIH. El primero de diciembre signa el sentido de una pandemia que arrasó con una generación de jóvenes que murieron por la homofobia que acompaña a la enfermedad. El primero de diciembre es el “Día Mundial de la Lucha contra el Sida”; es producto de miles de batallas que se han ganado, pero la lucha continua. La lucha por garantizar medicamentos a los enfermos, la lucha por un cambio cultural que modifique el estigma que acompaña a la enfermedad. La letra escarlata con la que emerge públicamente el Sida fue el “cáncer rosa”, esa letra escarlata fue la que provocó que millones murieran, porque era una enfermedad de homosexuales, que para los gobiernos neoliberales de Thatcher, Reagan, Mitterrand, Zedillo y tantos otros, significara que los enfermos de VIH-Sida fueran sacrificables.
El primero de diciembre nos recuerda la negligencia homicida de los gobiernos; pero también la lucha esperanzadora y solidaria de miles de personas que dieron un duro combate contra el VIH-Sida. El primero de diciembre es un día para recordar, para detener un segundo los relojes y reflexionar sobre lo que se ha hecho, sobre lo que falta por hacer, pero también sirve para refrescarnos que la pandemia no se ha detenido, que no se ha encontrado la vacuna contra el letal virus, que por ahora la única medida segura es la prevención. También nos recuerda a los enfermos, que nuestra existencia es más que perenne, que si bien los vientos han cambiado y es posible obtener una victoria el camino que hay que andar sigue siendo largo, los esfuerzos, la presión contra los gobiernos debe ser permanente. El primero de diciembre fue, es la victoria de cientos de miles de agrupaciones sociales que lucharon por los tratamientos médicos, por políticas de salud, por clínicas especializadas. Ellos lucharon por la esperanza, y sí, hay mucha esperanza, pero el futuro sigue siendo incierto.
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