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vih: ser y estar

shakespeare to be or not to be gay

Hace algunos años, discutiendo con una conocida inglesa me decía que la frase “to be or not to be” no podía solamente traducirse como “ser o no ser”, sino que podía pensarse en sus dos significados: ser y estar, es decir, “ser y no estar” puede aplicarse de modo adecuado para esta frase. Pensarás: ¿qué tiene que ver con la infección por VIH? Varias cosas.

La revolución

En la década de los ochentas hubo una noticia que alarmó a las buenas costumbres de la época: se hablaba de una enfermedad mortal que afectaba a hombres homosexuales, quienes ejercían el trabajo sexual y personas con hemofilia.

Los medios de comunicación sesgaron las información y se habló de un “cáncer rosa”, el cual aludía a los homosexuales que padecían sida, hecho que hasta la fecha ha permeado que muchos hombres no acepten esta orientación sexual, ni una práctica bisexual o siquiera hayan querido informarse o sensibilizarse sobre el tema, muchos piensan que es “un algo que sólo les da a los hombres gay”.

Las evidencias científicas aclararon que se trataba de un virus y que se transmitía, principalmente, por prácticas sexuales sin importar el sexo de los involucrados. Quienes vivimos de cerca este padecimiento, ya sea por la pérdida de algún amigo, por recibir una notificación positiva al VIH o por considerar que habíamos hecho algo que conllevará el riesgo, vimos en el uso de condón, la herramienta más efectiva para evitar la transmisión, ya no era sólo un método anticonceptivo.

La resistencia

La sociedad civil se organizó para dar las primeras respuestas de solidaridad hacia aquellos que eran estigmatizados por vivir con VIH. Como en muchos sucesos sociales que tienden a revolucionar las normas existentes, la infección por VIH generó respuestas, algunas a favor de un movimiento donde los varones se convirtieron en los actores sociales que lograron colocar en la agenda pública temas como: acceso a los servicios de detección y médicos, información objetiva sobre métodos de prevención, asociarse libremente con el fin de hacer un alto a la epidemia, entre otros.

Aunque también hubo un ala conservadora que trató de evitar que las buenas costumbres se vieran empañadas por este problema de salud y de esta manera generó una corriente de negacionistas que tratan a toda costa reunir adeptos que quieren pensar que el VIH no existe y que es sólo un invento del gobierno o un negocio de las farmacéuticas.

La denominada heteronormatividad se ubicó en los primeros años en un sitio de privilegio, a las diversas expresiones de género y sexuales que orbitan alrededor de este centro ficticio les fueron añadiendo estigmas, los discursos de discriminación y exclusión impidieron que las oportunidades de informarse, de generar cambios y apostar por nuevas formas de expresión sexual fueran para todos.

El temor de saberse infectado hizo que muchos se negaran la oportunidad de practicarse un examen y salir de la duda, más aún: la sociedad se impregnó de la idea que la infección por VIH es un asunto de algunos (señalados por su orientación sexual distinta a la heterosexual o por el número de prácticas sexuales) y no de todos, a pesar que es un virus de inmunodeficiencia humana se cataloga a las personas que lo portan: al estigma de ser distinto se le agrega el hecho de vivir un padecimiento prevenible, pero que se adquiere en algún momento de la vida regularmente por un contacto sexual desprotegido.

Estar y no ser

A la luz del avance científico sobre los procesos de réplica del virus, aparecieron mejores medicamentos como la profilaxis, así como una sociedad civil organizada, junto con la estructura gubernamental se implementaron campañas de información, servicios de detección, entrega de insumos como condones, todo para hacer frente al avance de nuevos casos, sin embargo, la realidad ha rebasado las expectativas: hace más de 30 años no existía el acceso a las tecnologías de información como hoy, muchos fueron quienes por falta de información no tuvieron en su haber distintas opciones para proteger su salud.

En los inicios las campañas, las noticias, los boletines hablaban del número de decesos a causa del sida, sí porque era lo que había en ese ayer. Había movilizaciones para exigir que los antirretrovirales estuvieran en la canasta básica de medicamentos, había marchas en memoria de quienes habían fallecido, había congresos donde se compartían experiencias de intervenciones médicas, sociales y de investigación. Hubo un tiempo de acción y activismo.

Con todo el defecto que se le pueda encontrar, la estructura ahí está: hoy hablamos de un padecimiento crónico-degenerativo, quienes adquieren esta infección podrán gozar de los beneficios de obtener el tratamiento de manera gratuita, de adherirse a éste podrán llegar a tener una esperanza de vida similar a quienes no viven con VIH. Pareciera el final del cuento de hadas: “y vivieron felices para siempre”, y entonces viene el “pero”: hace años se decía que la gente se infectaba por falta de información, ahora está a un “click” de distancia.

Entonces ¿qué ha faltado?

Ser y no estar

El panorama es complejo. No se trata sólo de distribuir folletería esperando que la gente la lea (y en el mejor de los casos genere un cambio) u ofrecerle a la gente información en redes sociales (cuántos en verdad querrán aprender más y confrontar lo que aprendieron). La fórmula de la prevención es sencilla: impedir que fluidos corporales ingresen al cuerpo, sí, desde hace más de 30 años se sabe.

Lo complejo se genera a partir del cruce de algunas variables: las variedades del género y los mandatos culturales que aprendemos y reproducimos; la actividad sexual más abundante en adolescencia y juventud; la ideología machista de suponer que con el condón no se siente lo mismo y la reproducción de patrones sexuales que promueven tener múltiples parejas sexuales como una forma de legitimar la posición del hombre; la poca asertividad al momento de establecer prácticas sexuales seguras; escudarnos en dimensiones subjetivas como la fidelidad, la confianza y el amor para depositarle al “otro” el cuidado del bienestar propio.

El “ser” va más allá que aprender las formas de prevención del VIH, implica generar un autocompromiso, replantearse qué ofrezco pero desde luego qué pido, de poco sirve el hecho de tomar talleres de sexo seguro y protegido si no se le da un significado propio: no siempre hay que penetrar para tener un orgasmo; no siempre una pareja se basa en la fidelidad; no todas las prácticas sexuales implican riesgo para una infección. Para ser hay que replantearse lo aprendido y reformular un estilo de vida más seguro, pleno y consciente.

David Alvarado, Presidente de Fundasida A.C. Es psicólogo y consejero en VIH.

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